sábado, 23 de agosto de 2014

Detener el círculo

Entre el revoltijo de imágenes dispersas y distorsionadas, se distinguía a una mujer de rostro seco y frívolo, mirada penetrante y labios estrechos. Vestía casi como si en cualquier momento dejara la ciudad y se adentrara en las montañas para quien sabe qué cosa. Sobre un terraza bien conocida, descansaba su torso apoyado en la pared esperando a alguien, un indicio o alguna casualidad. La otra mujercita miraba todo este pobre y corriente espectáculo con un presentimiento vago en el pecho, casi como con una tristeza muda en su interior. Torbellino de figuras, figuras en remolinos, y de pronto la mujer de rostro frío, con una fuerza no acorde a su delgadez, se ajustó el arnés a su torso pequeño y con una fuerza descomunal caminó llevando una carreta que cargaba a Damián. Damián la contemplaba con admiración, casi complacido de su buena suerte de que lo llevaran a cuestas hasta lo más alto. Y la mujercita miraba todo esto con una pena tremenda en el corazón...

Alma abrió los ojos.
Eran las 5:50 am y había sonado el despertador con una melodía dulce aunque digna de quedarse en cama. Lo primero que se dijo Alma fue un melancólico y decadente "Damián se irá con otra". Sus sueños eran la evidencia misma del futuro y detestaba el hecho de no poder interpretarlos correctamente, aunque su intuición muchas veces le hacía detenerse en los pequeños detalles. Damián no era y nunca fue suyo realmente, aunque por un instante lo sentía aferrado a algo invisible, algo que sólo él sabía que existía.
No había sido sino el día anterior que, mientras se miraban fijamente rodeando una botella de cerveza, él la había besado nuevamente, de forma inesperada, dejándola sumergida en una efímera ilusión. Sos un encantador, Damián. Encantador, terrible ilusionista. El trovador se había acercado atraído por la belleza extraña de Alma, y la había elogiado galantemente frente a los oídos y presencia de Damián. Una pareja encantadora, llena de amor. El trovador estaba ciego ante toda esa farsa, o por lo menos la farsa de Damián. Alma se ruborizó, Alma se alzó en la noche con cuerpo sentado y volvió de su minuto futurista en el momento mismo en que Damián le daba unas monedas al trovador esforzado.
Nada más ni nada menos.

Y ahí estaba en la mesa de estudio, Alma entera, Alma con presagios. Observó a Damián entrar con sus ojos vivaces, cínicos, que acercaron su boca a la mejilla y la saludó de manera cortés y educada. Como si no hubiese existido noche alguna de buen pasar, como si no hubiese existido algún baile desenfrenado o paseos por el parque, al son nocturno. Era la nada misma reflejada en un beso cortés y opaco del muchacho sonriente de ojos vivaces. Te odio tanto...
De pronto su ego estalló. Más allá una mujer distinta a la de su sueño, pero en esencia muy parecida, había captado la atención de Damián y lo atraía. El ego del alma de Alma, pobre y destruido, llegaba a la cúspide de lo ultrajado, casi como convenciéndose de una dolorosa verdad.
Damián no era suyo, ella no era de nadie, Damián no era de nadie, ambos caminaban sin rumbo en una dirección paralela, sin nunca llegar a cruzarse. Era mirar a través de una ventana y no poder tocar el exterior, pero si poder verlo y sentirlo como tantas veces ocurrió. Era su vicio, era negarlo en su ausencia y sentir un cuchillo en el pecho cuando lo veía sonreír, su fiel debilidad, el reflejo de sus miedos, el ocultar sentimientos sin cabeza.
Damián vivía para su ego y por su ego, Alma no vivía por ella si no para la opinión ajena y para suplir un vacío que nadie podría llenar.
Alma vivía su sueño de la noche anterior en el presente de ese instante, por alguien que nunca sería suyo y no tenía por qué serlo tampoco. Abrió los ojos obligadamente, no fuera que desperdiciara tal oportunidad por un par de deseos sin sentido. 'Sos un loco, no quiero seguir con vos, me hace mal tu indiferencia, no sigamos en lo que no existe'. Pero Damián sólo abrió su boca para decir 'Vos sabías las condiciones desde un comienzo, yo no siento vacío alguno, y si llegase a sentirlo, no quiero llenarlo tampoco'.
Y se alejaron mutuamente. Así, sin más, Alma era una más en el camino de otro, y ese otro había marcado a Alma para siempre. Ahí, en lo más profundo del subconsciente, Alma soñaba con el que algún día la llevó a conocer un pequeño espectro de sí misma, esperando que ese otro también se diera cuenta de que Alma sin alma era un espejo roto por dentro, un espejo con olor a noche, a tabaco, a vino y a un poderoso juego de miradas alimentadas por la curiosidad.







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