viernes, 10 de octubre de 2014

Alma disgregada

Caminaba abstraída ella, muy contemplando sus propios pensamientos, hasta que se cruzó con Pascual de pronto y muy sorpresivamente quedó petrificada, en aquella calle de Blour Montés. Sus ojos castaños se tornaron exaltados, y en un intento de parecer arreglada, alisó con sus manos un mechón rebelde de pelo. "¡Pascual!... Tanto tiempo, ¿Cómo estás? Pensaba que aún seguías en Barcelona, pero veo que no jaja qué tonta soy, por supuesto que estás acá, olvida lo que dije" y sus mejillas se encendieron, como siempre, pero pese a lo ruborizada, estaba feliz: su mejor amigo había regresado. "Sabía que caminabas al negocio de la Toti a esta hora, así que quise que esto pareciera casual. Te ves espléndida, por lo demás, Alma"
"Espléndidamente destrozada, querrás decir" pensó en su fuero interno. 
Ese momento incómodo en el que se queda uno mirando fijo al otro con una sonrisa forzada, sin saber bien qué decir sin que parezca actuado, pareció durar horas. Balanceándose mutuamente, casi como una escena infantil, no podían quitar las sonrisas de sus rostros un poco aturdidos.
"¿Vas apurada?""No", contestó rápidamente. Y como la gente tiene esa manía de ser impulsivo en el momento menos oportuno y darse cuenta de lo evidente luego de terminar la frase, trató de arreglar la situación diciendo que bueno, que estaba un poco apurada porque tenía que terminar un informe, pero que podría hacerlo luego porque qué va, un amigo, mil que no te veo, Pascual obvio tomémonos algo.

Pascual se había marchado hace cinco años atrás, pero el recuerdo amargo de esa despedida que no fue los había alejado a ambos, al tanto de que cada uno por sí mismo prefirió no hablar del otro por lo mal que venían esos recuerdos. 
En abril de ese año, Damián, Ítalo ni nadie existían, y el mundo de Alma tenía cuerpo de colegio y espíritu de niña. El mundo de Alma era Pascual, la Maite, la familia.
- Alma, te quiero
- Yo también, enfermo
- Alma, me gustas
- Ya empezaste con eso... acuérdate que tenemos el pacto de casarnos en el futuro si llegamos solteros a los treinta. Es un hecho. Por mientras déjame a mí con el niño de la micro y tú con la Rafa. Y aprovecha de despedirte luego mira que esa niña va a sufrir.
- Alma mírame

Y en ese preciso instante en que los ojos castaños se cruzaron con los otros ojos castaños de Pascual, un poco más grandes, lo comprendió todo. Ese cambio en la forma de mirar es lo que más marca las relaciones humanas, transmite sentimientos, emociones, y puede incomodar de una manera terrible si no se hace la introducción necesaria.
¿Qué era Pascual en ese espectro de sensaciones que se viven a los 17 años? Un vecino, con el que jugabas desde chica, qué más da, le conoces toda una vida. Lo ibas a extrañar, por supuesto, pero sabías que iban a seguir juntos porque los amigos son para siempre. En fin, toda esa cháchara mitad parafernalia mitad verdad que surge.

- No me quiero ir pensando en que nunca lo notaste
- ¡Pero Pascual! ¡Somos amigos! ¿Por qué me dices esto ahora?
- No sé, me nació
- Imbécil
- Ya pero para que me tratas así
- Porque sabes bien que siempre te he mirado como amigo
- Eres muy lesa
- Y tú un mentiroso, pensaba que era tu amiga
- El que me gustes no quita que seas mi amiga
- Mentira, a mi me gusta el niño de la micro y nunca podría ser mi amigo. Me mentiste
- Bien, quédate con eso. No debí haberlo dicho
- No, ahora estoy incómoda
- Alma, ¿no te gusto?
- No, no me gustas. Te gusta la Rafa, sales con ella, todo con ella, pobre, y tú mintiéndole, para peor. Mira, sabes bien que me incomodan estas cosas, me quiero ir a mi casa. 
- Te voy a dejar
- No, no quiero
- Alma, no te pongas como niña de kinder. Te voy a dejar, y seguimos todo normal, ¿te parece?

Caminaron en silencio, pero Alma estaba distinta. Pascual se iba en una semana y estaba en la duda de si despedirse ahora o aprovechar lo último que le quedaba en Chile saliendo y compartiendo con él. Ahora era todo tan distinto...

- Nos vemos mañana
- No sé, te aviso
- Okei, chao
- Chao

Y ese nos vemos nunca fue, hasta el día antes de partir, en que Alma caminó hasta su casa cerca del atardecer, tocó la puerta, y le abrió la puerta Pascual, con un aire extrañado. Sin duda estaba pasmado por la visita. Dentro de la casa habían luces de colores y música ambiental.
- Alma, pensaba que te habías desaparecido
- Me vine a despedir, ¿Puedo?
- Si... - y un poco menos desconcertado, giró su cabeza y miró al interior de la casa
- Hay fiesta y no me invitaste, ¿es eso?
- Algo así. Es la despedida familiar
- Ah, es entendible- y en el momento de terminar la frase, una muchacha colorina se asomó con ojos vivaces a la puerta. 
- Hola Rafa, pensaba que era despedida familiar
- ¡Alma! Pascual me contó que estabas apenada por su viaje, ¡pero menos llanto y más acción! entra a tomarte algo, están todos los cabros del curso despidiendo al Pascu. ¡Pensaba que no ibas a venir!
- Tranqui Rafa, si vengo a algo puntual, tengo cosas que hacer a la noche.

Apenas Rafa se dió vuelta, Pascual trató de explicarle a Alma el por qué no la había invitado.

- No me digas nada, no me interesa. Que te vaya bien en tu viaje. 
- Alma, no te enojes...
- ¡¿Que no me enoje?! invitaste a todos esos tipos que los conociste hace menos de un año y a mi, que se supone que somos amigos, ¡nada! ¿Sabes qué? Venía a decirte que sentía como te había tratado la otra vez pero me da lo mismo ya, sigue tomando cerveza como pendejo y agarrándote a la colorina esa, enfermo.

Fue la partida más triste e inesperada que alguna vez siquiera imaginó Pascual. Cinco meses incomunicados, cinco meses hasta que leyó su mail.
"No sé por qué dije esas cosas la última vez. Quizás pudo haber sido rabia, pero también celos. Te extraño más que nunca. Te quiero."
Pero Pascual olvidó contestar el mail, quizás por desgano, quizás por el dolor que significó para él el rechazo de quien quiso mucho. A la que siempre quiso, su amiga y compañera.

Ahí estaban los dos, caminando ahora por el Parque La Escondida, buscando el local ambientado en los años 60, ahí con los Beatles, los Doors, Woodstock, y la ráfaga de recuerdos sin vivir de la época de las flores y los pelos enmarañados.

Pascual era un hombre, Alma era una mujer a ciegas.

Pidieron una jarra de terremoto, unas papas fritas con ketchup y comenzaron a beber y a reír por las costumbres chilenas tan olvidadas por Pascual durante su estadía en el viejo continente. El hombre que Alma miraba era un tipo de pelo castaño hasta los hombros, con un aro en la oreja. No había perdido la costumbre de reírse por todo, pero su mirada se había hecho más profunda y más conmovedora. Andaba con un chaleco de lana gris y un cintillo tejido, para despejar su cara, y su polera rezaba "Fluir sin un fin". Ya no era el niño esquelético de polera negra con pantalones ajustados de hace cinco años atrás, sino que era un joven con un poco de panza medio hippie, relajado y vibrante.

- ¿Qué ha sido de ti, Alma?
- Muchas cosas jajaja.
- ¿Al final conociste al niño de la micro?
- Si, resultó ser un imbécil. ¿Hace cuánto llegaste?
- No me vas a creer, pero hace dos días.
- Osea que llegaste y preguntaste por mí.
- Si, que poco egocéntrica eres.
- No se me ha quitado eso, aunque me juega en contra la mayoría del tiempo.
- Lo sé
- No sabes nada
- Sé todo
- ¿Qué sabes?
- Que pololeaste con Italo, siempre supe que ese niño andaba detrás tuyo
- Ni siquiera lo conocías
- Si, era amigo de la Su
- ¿Tu hermana conocía al Ítalo? - Se rió sarcásticamente y añadió - Ítalo no hablaba con nadie, era muy introvertido
- Lo sé, a mí me extrañó saber que eras su polola.
- Cosas que pasan.
- Si. - y Pascual se tomó el trago que quedaba al seco
- Ah, andai piola

Pascual se encogió de hombros y miró hacia la calle. Era un día nublado y el calor dentro del local reconfortaba de una manera única. Miraba de reojo a su amiga, quien jugaba con un mechón de pelo, haciéndolo un tubo. Estuvieron en silencio largo rato, cada uno absorto en sus pensamientos, no diciendo nada para no herir al otro, pero cada uno tenía razones de sobra para querer exigir explicaciones, aunque no sabían bien si era el momento oportuno.
Entre terremotos en silencio, entre tarareos al son de la canción de turno, acabaron dos jarras del brebaje y se miraron. Pascual rompió el hielo.

- Estoy feliz de verte
- Yo también. Estoy un poco sorprendida, es todo. Ya se me va a pasar
- Se nota
- Qué simpático, qué querías, ¿una fiesta de bienvenida? Así como para no invitarme, digo yo.
- ¡Qué graciosa! Ha pasado harta agua bajo el puente igual para que te acuerdes de esa estupidez.
- Te odié tanto... ¡Nunca me contestaste nada!
- No, no quise hacerlo. No te fuiste a despedir al aeropuerto. No me escribiste sino cinco, ¡CINCO! meses después de que me fui. Te acuerdas de una estupidez cuando yo soy el que vino a buscarte, a saber como estabas, compartir buenos recuerdos contigo.
- Si, está bien, yo soy la que cometió todas esas cabezas de pescado. Tengo que irme ahora, un informe me espera y no puedo perder el tiempo contigo.
- Te voy a dejar

Alma sintió un cuchillo en el estómago, un algo que le decía que por favor no fuera impulsiva y respondiera de acuerdo a su corazón y no a su orgullo. El orgullo es un ente que domina más que emociones, y nos deja solos, envenenándonos.

- Bueno.

Y en el intento de pararse, Alma se tambaleó y de pronto todo se transformó en remolinos a su alrededor. Apoyó sus manos firmes a la silla y mirando con seriedad a Pascual (o por lo menos eso creía) le dijo "Yo puedo sola"
Pascual movía la cabeza de un lado a otro, desaprobando lo testaruda que era su amiga.
Se pararon, pagaron y caminaron en dirección a la casa de Alma.

- Debe ser gracioso verme mareada
- No, es gracioso vernos un poco ebrios
- ¿También lo estás?
- Veo que soy bueno disimulando
- Si, desde siempre lo has sido
- Incluso borrachita te ves linda
- Déjame, no soy linda

Pascual paró en seco y la tomó por los hombros
- ¿Qué me dijiste?
- Que hay niñas más lindas que yo
- Si, pero eso no quita que seas linda
- Suenas como esos típicos jotes que te engrupen para que los pesques. Son todos iguales
- Veo que ha pasado harto más que Ítalo
- Júrame que pensabas que era una santa y pura de pololo eterno. No, y duré no más de un año con Ítalo, lo demás sólo han sido fracasos, Damián.
- ¿Damián? ¿quién es Damián?
- Perdón... es que como no te he visto hace tanto, se me confunden los nombres
- Te creo - y se echó a reír - En fin, ¿quién es Damián, y por qué lo nombraste?
- Damián es un compañero de U.
-  ¿Es amigo tuyo?
- No
- Entonces te gusta, no hay otra opción. Si no te gustara, no lo habrías mencionado.
- ¿Qué te importa quién es Damián? Es un tipo de la U no más, no te pases rollos.
- Ay, Almita, hay mucho que hablar parece. ¿Tu mamá está en la casa?
- Si, con mi papá
- No hay problema que vaya entonces a dejarte y de paso a comer algo
- ¡Mira! Voy a llegar con la cara llena de risa, borracha, a decirle a mis papás "¡mireeeen quieeeeeen llegóooooo! el tipo que me hizo llorar, que lo odié, ¡el ingrato! ¿Quién, si no? ¡él mismo! pase pase, tómese un café, da lo mismo si no nos hablamos en cinco años, ¡nos hablamos ahora, tomando terremoto en un local! Como si...
- Alma para. 

Y se sintió una estúpida. Todo su rabia interna había salido a flote, volvía a oír la voz relajada de Pascual y brotaba ira por lo que ella nunca podría ser. Por todos esos deseos frustrados, por querer ser algo que no existe. Algo efímero, una ilusión.

- Damián fue el que más me marcó este año
Y comenzó a contar su historia.

Alma no supo nunca que en el parque, ya de noche, se quedó dormida llorando contándole a Pascual todo lo que había pasado en su ausencia. Le habló de sus pololos, de lo perdida que andaba en la vida, de sus vacíos, del arte, de su hombre ideal, de la desilusión, de sus viajes, de lo mucho que nadaba contra la corriente y de lo sola que sentía. De cómo se sentía fea, de la falta de voluntad, de la pérdida de objetivos, Todo era un torbellino mezclado con alcohol y palabras enredadas. Pascual la acarició en el pelo hasta hacerla dormir, y en el frío de la noche, se la llevó en brazos hasta su casa.

Para sorpresa de ambos (una inconsciente casi, otro más lúcido), los papás de Alma no estaban, así que Damián se dirigió directamente a la pieza última del pasillo y recostó a Alma sobre la cama.
Pascual se sentó a su lado, la tapó y le hizo cariño en el pelo hasta que también él sentía cierto peso de cansancio en los ojos. Estaba en camino del sueño cuando una voz dulce le dijo débilmente "Gracias".

Pascual se sentía de nuevo en casa, tenía a Alma en sus brazos, como en los viejos tiempos. Ya nada importaba, sólo hacerla feliz mientras su mundo se volvía a recomponer.
Y es que Alma estaba tan dispersa, tan perdida, tan en el limbo...

Que de sólo pensarlo le dio escalofrío imaginar el volver a armar el rompecabezas de espejos rotos de su querida compañera. Ahí dormía a su lado, mientras el sol aparecía débilmente por la ventana y el informe esperaba por ser redactado.

Barcelona parecía tan lejano...
Esa niñita de ojitos vivaces, graciosa y segura de sí misma tenía dos opciones: o estaba escondida en algún lugar de su esencia, o definitivamente Alma había cambiado para no volver, lo que suponía un doble desafío: alzarla por sobre su mismo ego, hacerla sentir de verdad la mujer valiosa que era y por sobretodo, recuperar su dignidad.

Europa parecía una quimera...









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